miércoles, octubre 03, 2012

El paraíso perdido

La sombra de un ángel caído

En el principio de todo hubo una gran guerra. De aquella santa guerra entre caballeros arcanos surgió la dualidad.

Una parte de luz, una parte de oscuridad. Una parte de compasión, otra de confusión. El calor enfrentado al frío. El corazón opuesto a la razón. Amor contra Sabiduría.

Aquella guerra acabó, pero en aquel reino, feudo de la emanación, no hubieron ni vencedores ni vencidos. En las guerras, todos pierden algo que luego deben recuperar.

Algunos eligieron volver a la verdadera y única Fuente, suma de la dualidad, a través del luminoso camino del Amor. Otros optaron por la oscura travesía de la Sabiduría. 

Los seres crísticos, aquellos que eligieron el camino del Amor, portaban en sus entrañas una semilla de confusión, manantial de la Sabiduría. 

Los sabios, endémicos deudores de la locura, la soberbia, la impaciencia y la oposición, portaban en sus entrañas una semilla de compasión, manantial del Amor.  

Por esta razón, a estos últimos se les denominó portadores de luz. Porque en sus entrañas, entre sombras, escondían la simiente de su propia salvación. Solo debían aprender a desplegar aquella luz seminal, aquel diminuto lucero cuya aspiración era llenar un Cielo de Luz, despertar una claridad por madurar, un Sol por amanecer.

Y entonces se les dijo a todos: ”Lleven el Cielo a la Tierra y luego traigan su Luz al Cielo”.  

Y cayeron a la Tierra, con el propósito de encontrar en su interior un Sol y una Luna que les pudieran guiar, en armonioso equilibrio

Y al final de la ascensión, habrán desaparecido la culpa y cualquier rastro de luces y de sombras.


Las flores también pueden crecer entre sombras,
pues toda sombra contiene un punto seminal,
una semilla de blanca luz.



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