miércoles, mayo 08, 2013

Espejos helados

Erase una vez cierto caballero que tenía, como todos tenemos, un ángel de la guarda.

Aquel ángel le acompañó prácticamente durante toda su infancia. Su presencia era para él como miel en los labios, toda dulzura y bondad. Pero el caballero no se había percatado demasiado de aquella compañía tan bienaventurada. 

Desde que perdió cierta princesa a una temprana edad, casi siempre permanecía encerrado en su torreón, uno muy elevado, rodeado de nubarrones oscuros y espesos, mal viviendo entre escarcha y espejos helados. Aquellas nubes no paraban de descargar granizo que apedreaba su corazón. Para protegerse, aquel caballero aprendió a endurecer su corazón. Así, al menos, ningún granizo podría hacerle daño.

Después, cuando murió el cuerpo que albergaba su ángel, el caballero se sintió algo triste, en cierta forma desamparado, por haber perdido algo tan valioso, sin haberlo sabido valorar en su justa medida.

Cada dos de Diciembre, a las 16:30h, el día que el caballero cumplía años, recibía una llamada de su ángel de la guarda. Pero él siempre estaba comunicando, enfrascado en lágrimas cada vez más frías, cada vez más heladas, llenándose de conmiseración por si mismo. Sufriendo hasta lo indecible.

Tras mucho tiempo desperdiciado, aquel caballero aprendió que las únicas lágrimas que valía la pena gastar (si es que se vale la pena gastar algunas) son las calientes, aquellas derramadas por la alegría o la compasión del corazón. 

Entonces, por fin, pasados catorce años, el caballero se decidió a responder a la llamada de su ángel. 

El ángel se alegró mucho de que al fin respondiera. Le recordó la luz que su protegido llevaba en el interior. Le recordó también que debía aprender a quererse, que era un ser especial y maravilloso (aunque ni mejor, ni peor que los otros seres: simplemente una luz única, una expresión singular de una divinidad que abarca todo sin fisuras)

Pero habían pasado catorce años. Quizás demasiado tiempo para responder a una llamada tan importante. 

Aun así, el caballero dio por bueno todo lo aprendido en su solitaria estancia en aquel torreón tan frío y desangelado. Descubrió que lo había construido el mismo con el objetivo de aprender cosas importantes para su camino posterior en busca de comarcas más soleadas.

Aquel ángel había sido siempre su bendición
Aquel ángel sabía muchas cosas de él. 
Aquel ángel nunca había perdido la fe en su protegido.


*******

Los espejos se emplean para verse la cara; 
el arte para verse el alma.
(George Bernard Shaw)


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.