viernes, septiembre 21, 2012

Mi ángel de la guarda

Un ángel de la guarda
Un ángel de la guarda

Hace unos días, concretamente la mañana del miércoles 29 de Agosto, sentí repentinamente un dolor punzante y prolongado en mi pierna izquierda, por debajo de la rodilla. Ciertamente aquel dolor me extrañó y me asustó. Me pregunté de dónde podía provenir.

Poco después pensé en mi hijo, el cual se encontraba fuera de Barcelona. Me preguntaba si le habría ocurrido algo. Le llamé por teléfono. Me contestó y me tranquilicé cuando me dijo que se encontraba perfectamente.

Algo más tarde recordé que alrededor de tal fecha, hacía 15 años, a mi abuela le habían amputado una pierna a causa de una cangrena que finalmente acabaría con su vida. De hecho, unas semanas después, concretamente un 21 de Septiembre, mi abuela dejaba este mundo.

Yo pasé varios días y varias noches junto a ella en el hospital donde acabaría sus días. Sintiendo su sufrimiento e intentando compensar una mínima porción del cuidado que ella me había regalado durante toda su vida, pero especialmente cuando yo era un niño y convivíamos bajo el mismo techo.

Y también me vino a la memoria otro episodio de mi vida que ocurrió hace ya muchos años, tras su muerte.

Cierto día, tras una discusión con mi entonces pareja, abandoné el escenario de la disputa lleno de ira y dando un portazo, tal como solía hacer en aquellos casos. Salí del piso, cogí el coche y me dirigí hacía ningún sitio a toda velocidad, tal como solía hacer en aquel tiempo.

Aquel día llovía. La calzada estaba totalmente mojada. Tomé a toda velocidad una de las autopistas de salida de Barcelona. Conducía sin mucha atención mientras mantenía mi corazón lleno de ira y mi cabeza congestionada de pensamientos airados. Después de una curva con una visibilidad limitada, me encontré con una inesperada retención de vehículos.

Intenté frenar a tiempo pero no pude. Aquel coche no disponía de los avances tecnológicos habituales hoy en día. Todavía no sé cómo pero el coche se fue deslizando durante un lapso interminable a través del arcén izquierdo de la autopista, entre el estrecho espacio que separaba un muro a la izquierda y los coches detenidos a la derecha.

Cuando pude detener el coche, salí del mismo desconcertado.

Me preguntaba qué había ocurrido. Yo estaba intacto y, tal como pude comprobar después, el coche también lo estaba. También pude observar de reojo como algunos conductores salían de sus vehículos y me miraban entre la indignación y el asombro. Instantes después, yo ya no podía mirar a ningún lado, tan solo podía fijar mi mirada en el asfalto, apoyado en el coche, mientras intentaba recuperar el aliento y el entendimiento.

Continuaba preguntándome cómo podía haber colocado un vehículo sin control en un arcén tan estrecho y recorrido decenas y decenas de metros hasta detenerlo sin haber sufrido ningún rasguño. Sin duda, había tenido mucha, demasiada suerte.

Más tarde, aquel mismo día, en la forma de un recuerdo sumergido en una momentánea llama, me llegó la imagen de mi abuela María.

Abuela María, sigo conectado a tu dolor pero también a tu protección: la más dulce y la más bondadosa de todas. Aquel día lluvioso sentí que habías estado a mi lado guardándome de mi falta de consciencia y ahora siento que aun continuas a mi lado, como siempre hiciste, desprendiendo bondad a través de tus dulces miradas, tus bondadosas palabras y tus sentidas caricias. Toda tú desbordabas y desbordas dulzura, bondad y amor.

Abuela María, gracias por continuar a mi lado.


María Tiburcio Muñoz


Recordatorio María Tiburcio Muñoz


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