Tu nombre |
Soñé contigo. Te encontrabas delante mío, de pie, a cierta distancia. Me mirabas con ojos amplios y profundos. Tu mirada estaba colmada de miel y sabiduría, en equilibrio.
Te aproximaste y me ofreciste tus manos. Yo las tomé... y se hundieron en todos los reflejos de todos los diamantes nacidos y por nacer, los dulces y los salados, los brillantes y los oscuros.
Acercaste tu mejilla a la mía y tu oído derecho a mis labios.
- Di mi nombre... -dijiste con suavidad.
Yo ya conocía tu nombre.
- Eres la estrella que brilla en el Cielo cuando no hay sombras en la Tierra. Eres la elegida de Dios... y también su armadura en algún relato por nacer -apunté yo.
Cerraste aquellos ojos prestados por alguna virginal diosa Griega y presentaste tu oído izquierdo a mis labios.
- Di mi nombre... -murmuraste esta vez sin apenas acariciar el aire.
La vibración repetida de aquellas palabras resbaló por la espiral de mi oído... y me estremecí. No sabía donde encontrar tu verdadero nombre.
Tuve que descender por escaleras de caracol. Tuve que indagar por bibliotecas perdidas: en las estancias más recónditas y en los registros más antiguos. Hasta que, por fin, lo encontré entre las hélices de nuestros ancestros.
- Tu nombre es Shekinah, el árbol con todas las semillas, las flores y los frutos -dije con trémula voz retornada del abismo.
Entonces la sangre recordó su historia, los labios perdieron su obediencia y los ánimos cedieron al temblor.
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